Humanismo y reforma marcaron los destinos de la catedral de Valencia a lo largo del siglo XVI, etapa crucial para la historia diocesana particularmente y la Iglesia universal en general.
Elevada hacía poco la sede al rango de metropolitana por el papa Alejandro VI, su cabildo era destino privilegiado para los segundones de ilustres linajes de la mediana y baja nobleza autóctona y las oligarquías ciudadanas, perpetuadas a través de redes clientelares y patronazgo. Ello explicaría la implicación del clero catedralicio en las
bandositats
que aglutinaron a la sociedad valenciana durante parte de la centuria, en que el capítulo catedralicio funcionó de manera prácticamente autónoma gracias a la fortaleza de la que seguían haciendo alarde estas corporaciones.
A buen seguro influyeron también en el panorama descrito la incuria y el absentismo episcopal de la familia Borja y miembros de la Casa Real que caracterizaron las décadas previas al pontificado de santo Tomás de Villanueva, primero de una serie de obispos reformistas que desde mediados del Quinientos encontrarían entre estos muros su principal oposición a las políticas centralizadoras.
La catedral de Valencia participó del marco de libertad intelectual que, en el primer tercio del siglo, posibilitaría el desarrollo de la ciencia y la cultura locales, con la popularización de la imprenta y la ayuda de la Universidad, creada en 1499 con notable presencia en su claustro de ilustres prebendados, antes de la erección de las cátedras pavordías que vincularían en lo sucesivo a ambas instituciones. En este contexto, el humanismo tuvo su repercusión en el templo metropolitano.
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